jueves, 22 de diciembre de 2011

Romántico libro de papel

Esta es una entrada contra las listas de ventajas y desventajas como herramientas para tomar decisiones, porque generalmente en ellas no se ponderan los argumentos. Es una entrada que pone en duda el valor de las nuevas tecnologías, es un pequeño bastión de  resistencia frente al progreso, es, al fin y a la postre, una oda al romanticismo.  

Hoy nadie se atreve a cuestionar que las tecnologías han invadido nuestro día a día. Somos tecnológicos desde que nos levantamos con una canción descargada en iTunes en lugar de la radio-despertador, hasta que nos acostamos consultando los últimos tweets o actualizaciones en Facebook de nuestros amigos digitales (a los que quizás no vemos desde hace meses). Las ondas wifi nos rodean y probablemente amenazan nuestra salud – puede que un día alguien se atreva a desvelarnos los auténticos riesgos que entrañan. Las televisiones se han vuelto planas, los ordenadores ahora son tabletas sin teclado, la música se escucha en mp3 y no hace falta rebobinar. Incluso los libros han visto transformada su forma tradicional con la irrupción del libro digital, también conocido como e-book.


En una engañosa lista de "pros" escribiríamos que los libros digitales suponen un importante ahorro de papel. La deforestación de las selvas del planeta me preocupa, pero querría saber cuántas de las talas anuales son destinadas a la elaboración de papel para los libros. Además, en el otro lado de la lista, no podemos olvidar que los libros digitales consumen energía a lo largo de toda su vida. Mientras que el libro tradicional se auto recicla conforme pasa de mano en mano, los ebooks requieren de energía no solo al descargarlos, sino también cada vez que son leídos. Eso sin tener en cuenta que muchos de quienes descargan de forma fanática, almacenando hasta miles de títulos, probablemente no llegarán a leerse más de una veintena. Sin embargo, no me imagino a una de estas personas amontonando libros en su casa sin intención de leerlos jamás.

Pero mis argumentos a favor del libro en papel son mucho menos racionales. La tecnología nos ha arrebatado las fotografías en blanco y negro que los novios enamorados dedicaban a sus amantes con letras oblongas, y me disgustaría que nos robasen definitivamente el soporte de dedicatorias que conforman todavía los libros tradicionales. La última que conseguí pertenece a Vargas Llosa. Fueron necesarias dos horas de espera bajo un ardiente sol de junio, rodeada de gente con la que compartí mi admiración por el peruano. Especialmente recuerdo a una joven estudiante de periodismo que sostenía un manoseado ejemplar de “Quién mató a Palomino Molero”. De no haber sido por esa búsqueda romántica del libro dedicado, no habría conocido a esta muchachita divertida y soñadora con la que compartí una mañana divertida. No me imagino a don Mario firmando en una superficie digital y desde luego no me habría gustado que me hubiese atendido a través de una pantalla de ordenador con skype.


Los libros en papel pueden convertirse en auténticas reliquias. El robo del Códice Calixtino así lo atestigua: nadie se molestaría en robar un ejemplar digital del que fácilmente habría millones de copias en el mundo. Volviendo a Vargas Llosa, contaba una ocasión en que, en una librería de segunda mano, recuperó un ejemplar que hacía años había perdido junto con su equipaje en un aeropuerto. Aún podía leerse su nombre escrito de su propio puño y letra, la fecha en que lo leyó e incluso la puntuación del uno al veinte que le había otorgado siguiendo los criterios de las escuelas peruanas. ¿Habría podido sentir la misma satisfacción de recuperarlo si se hubiese tratado de una copia digital? Yo creo sinceramente que no.


A mí me encanta manosear los libros en papel, doblar los picos de las páginas, escribir mi nombre y la fecha en que los compré, subrayar frases que me gustan, hacer anotaciones en los márgenes, dejárselos a mis amigos y recordarles que me los han de devolver. Me gustar verlos decorando mis estanterías, amarilleando, acumulando polvo, desencuadernándose con el paso del tiempo. Me agrada olisquearlos, observar cómo el marca páginas va avanzando. Me da añoranza recoger la arena de playa que acumularon en verano entre las páginas y leer las dedicatorias de quienes me los regalaron. Por todas estas razones, y porque leer a Lord Byron en soporte digital se me antoja una esperpéntica aberración, yo seguiré leyendo novelas en papel.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Las uvas de la ira

“Las uvas de la ira” le valió a John Steinbeck el premio Pulitzer en 1940. Ya sólo el título es completamente fascinante,  potente como bien pueden serlo “El animal moribundo", de Philiph Roth, o "Desgracia", de Coetze. Bajo este título tan evocador, Steinbeck, premio Nobel además de Pultitzer, como casi todos los de su Generación Perdida, narra las desventuras de una familia de agricultores tejanos que, azotados por la sequía y la crisis agrícola que siguió al crack del 29, se ve obligada a abandonar sus tierras y emprender una dura travesía hacia el Oeste. California se presenta como una tierra prometida llena de oportunidades. Ya sin nada que perder – han sido desahuciados por los bancos y son víctimas de una sequía pertinaz y de la introducción de la maquinaria agrícola que cambia las fórmulas tradicionales de explotación – los Joad cargan sus pocas pertenencias y emprenden un éxodo que no estará exento de penurias.   


Steinbeck empela un estilo sencillo y directo para relatar la desolación, las vicisitudes y la pobreza extrema contra la que lucha la familia, y esto sin necesidad de recurrir en ningún momento a sentimentalismos o a la lágrima fácil. Sus descripciones son tan precisas que nos transportan a esa América profunda que tantas veces hemos visto en las películas. No obstante he de confesar que algún pasaje me ha resultado algo tedioso (se me ocurren ahora las páginas que mantienen a Tom y Al Joad ocupados entre bielas y pistones mientras se afanan en realizar ciertos arreglos mecánicos)

Conforme iba leyendo, no dejaba de encontrar paralelismos entre la historia de los Joad y la de la Europa actual. Primero, es evidente que en ambos casos estamos ante el fracaso (o el traspiés) de un sistema donde las entidades financieras han jugado un importante papel. En segundo lugar, “Las uvas de la ira” es la historia de un éxodo masivo motivado por la búsqueda de oportunidades laborales. Hoy en día en España los jóvenes no son capaces de incorporarse al mercado laboral de forma activa y muchos están empezando a optar por la emigración Esto conlleva no sólo la fuga de talentos, sino también un preocupante envejecimiento de la población activa. Por último (y por no extenderme demasiado), en la obra de Steinbeck juegan un significativo papel los comerciantes que sacan partido de la crisis exprimiendo sin piedad a los emigrantes. En la crisis de deuda que sufrimos, la especulación contra los países periféricos está elevando la prima de riesgo a niveles sin precedentes. Los reguladores europeos incluso se vieron obligados en verano a perseguir las ventas en corto de las acciones de entidades financieras para frenar la especulación.


A pesar de todo, en “Las uvas de la ira”, frente a la catarsis de un sistema fracasado, se yerguen con energía valores humanos como la dignidad de la persona, la lealtad, la solidaridad con el que sufre y el valor de la familia. Creo que a estas alturas nadie negará que las crisis se producen de forma cíclica tras periodos de expansión – la historia así se empeña en demostrarlo – pero cabe la pena preguntarnos si en nuestra sociedad también perduran los mismos principios a los que se aferraron los Joad en su peregrinaje. Como ellos, creo que deberíamos dar la espalda al individualismo, abrir los ojos, mirar a nuestro alrededor, y recuperar esos valores que deberían ser nuestro principal equipaje en el camino hacia la recuperación.

viernes, 2 de diciembre de 2011

De libros y zapatos

Hace poco analizaba mi manera de seleccionar los libros que luego voy a leer. Seguro que cada lector tiene sus propios métodos y probablemente sea algo tan personal como elegir unos zapatos. Puede que incluso ambas actividades deparen sorpresas equiparables: zapatos bonitos en  apariencia que sin embargo resultan incómodos y dolorosos (esos que terminan guardados en la caja, casi nuevos, como el libro que no terminamos de leer),  zapatos que compramos con un sentido únicamente práctico pero que acaban convirtiéndose en imprescindibles, cual libros de cabecera, zapatos de tacón para contadas ocasiones que nos hacen sentir especiales, etéreos como un libro de poesía.



Escoger un libro es el primer placer que nos proporciona la lectura. Cada vez disfruto más visitando librerías, ojeando tomos por temática o autor, descubriendo títulos, leyendo los resúmenes de las contraportadas o las primeras frases de una novela. Es divertido aventurarse y comprar un libro por inercia. ¿Acaso nunca te has comprado un par de zapatos que te sedujeron desde un primer momento en el escaparate? Probablemente el color, la textura de la piel, la arquitectura del tacón y el puente del pie te cautivaron sin habértelos llegado a probar. Algo similar me pasa a veces con los libros y para gran suerte, el sexto sentido no me suele fallar.

Los amigos y la familia también juegan un papel importante en el proceso de decidirnos por un libro. En estos casos, es fundamental conocer sus gustos. No debemos olvidar que no son críticos profesionales, por lo que su juicio estará generalmente basado en aspectos meramente subjetivos. Puedes acompañar a un amigo a ver “Lars y una chica de verdad” porque es la excusa para juntaros una tarde y compartir luego un café, pero el libro lo leerás en soledad y, por norma general, sin palomitas. O, siguiendo con la metáfora de los zapatos, puedes caminar al lado de un amigo con un par que él te ha regalado, pero serás tú quien sufra la presión en el juanete.

Tampoco hay que desdeñar la opinión de profesionales que escriben en diarios, suplementos dominicales o revisas especializadas. Una especie de Fotogramas de las letras, con la diferencia de que, con un poco de suerte, al crítico literario se le entiende. Ellos publican los rankings con las mejores novelas del año y son capaces de distinguir unos Manolos de unos vulgares zapatos de poli piel, incluso cuando la imitación está lograda.


Son innegables las similitudes entre el calzado y las novelas: a Carrie Brashaw, la famosa columnista de Sexo en Nueva York, le pidieron matrimonio con un par de Manolos; por su parte, el príncipe Felipe recibió como regalo de compromiso una joya literaria. Y a mí, definitivamente, con los libros me pasa como con los zapatos: me gustan de marcas buenas y que resistan el paso del tiempo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

HHhH

Los Goncourt son unos premios literarios franceses, quizás equivalentes a lo que aquí sería nuestro Premio Planeta, con la diferencia de que si los nuestros vienen acompañados de una dotación económica de 600.000 euros, en los galos los emolumentos no pasan de los 10 euros. Eso sí, ser galardonado con un Goncourt conlleva una especie de seguro de venta para los autores.

HHhH, cuyo autor es Laurent Binet, fue nombrada premio Goncourt a la primera novela de 2010. Bajo ese título difícil se esconde la frase "Himmlers Hirn heisst Heydrich" ("El cerebro de Himmler se llama Heydrich"). Se trata, en efecto, de una novel histórica sobre la segunda Guerra Mundial y, en particular, sobre el temido Carnicero de Praga, Heydrich, artífice de la terrorífica "Solución Final".


La temática de la segunda Gran Guerra, del Tercer Reich, de ese episodio vergonzoso para la historia de la humanidad, ha sido tratada en cientos de ocasiones por escritores, periodistas o cineastas, siendo esto una dificultad añadida para enfrentarse a un tema tan manido - afrontado ya desde multitud de perspectivas - con cierta originalidad.

Reynhard Heydrich

Laurent Binet se siente atraído desde un primer momento por el atentado perpetrado por el checo Jan Kubiš y el eslovaco Jozef Gabčík para acabar con la vida de la bestia rubia, Reynhard Heydrich. Pero HHhH no es sólo la historia de la resistencia checa contra el régimen nazi. Es también la guerra que el autor lucha contra sí mismo.

Durante años se imbuye en una tarea de investigación que le permite reunir información más que suficiente para recrear aquella época infernal. Sin embargo, y he aquí lo que me ha cautivado de esta obra, se niega a escribir una novela con tintes de ficción: quiere ser completamente fiel a la realidad sin permitirse apenas recursos estilísticos. Pero, ¿cómo evitar entonces que la obra se convierta en un documental árido y de difícil digestión? Lo logra de una forma, desde mi punto de vista, magistral: involucrando al lector en el propio proceso creativo. Somos desde el primer momento partícipes de su arduo trabajo de investigación, de sus entrevistas y sus viajes. Nos inmiscuye en sus propias reflexiones, en sus preocupaciones, hasta el punto de confesar que la novela que pretendía escribir ya existe y es otro quien la firma.

Bienet es generoso y transparente. Nos explica sin tapujos las dificultades con las que se enfrentó a la hora de escribir, las dudas que seguro asaltan a todo escritor (estoy escribiendo una infra novela, llega a confesar en un determinado momento) A lo largo de las casi cuatrocientas páginas, el autor, que pretende ser absolutamente fiel a la realidad, contrasta sus informaciones con las diferentes versiones con las que se encuentra a lo largo de su profundo proceso de documentación. Se cuestiona continuamente si las anécdotas que narra son necesarias para su historia o si debería profundizar más en determinados personajes. De esta forma va descubriendo su propia forma de dar vida y cuerpo a la novela, de completar la obra no sólo con la Historia, sino con su historia.

Quizás lo más sorprendente de esta novela es que ver dudar al propio autor, que nos permita acompañarlo en sus planteamientos y ser testigos de sus inseguridades. Sin embargo, todo esto no resta firmeza a la obra, más bien al contrario. HHhH es una novela sólida, seria, potente, cimentada en un concienzudo trabajo.

Podría dar ejemplos de lo que he tratado de explicar (Binet preguntándose de forma insistente si el coche de Heydrich era verde oscuro o negro, Binet afirmando estar seguro de cómo debió de comportarse algún personaje en cierta secuencia) Pero llegados a este punto, creo que es preferible que el posible lector lo vaya descubriendo por sí mismo, pues es en esos detalles donde radica parte de la originalidad de esta obra.