Autora: Isabel Allende, Chile, 1942
Una cita: Mi vida se hace al contarla y mi memoria se fija con la escritura; lo que no pongo en palabras sobre el papel, lo borra el tiempo.
Quizás la cita que acabo de escribir sea la que dé vida a esta novela. Creo que podría opinar mejor sobre Paula si antes hubiese leído "La casa de los espíritus", pero lo cierto es que en esta especie de trilogía de la vida de Isabel Allende empecé por el final - hace un par de años leí "La suma de los días", donde Allende relata su vida "después de Paula".
Paula, al contrario de lo que pensaba, no es sólo la historia sobre la muerte de una hija por culpa de una enfermedad poco conocida, la porfiria, y seguramente también por la negligencia de unos médicos que facilitaron el paso de esa joven recién casada a un estado de coma irreversible. Mientras compartía con su hija horas de hospital, de esperanza, de silencio, y también de desesperación Isabel fue desgranando en estas páginas la historia de su propia vida, que se escribe, inevitablemente, en paralelo a la historia del país que dejó hace décadas y al que, sin embargo, se siente firmemente enraizada: Chile.
La novela es un paseo por el Chile de Salvador Allende, tío de la escritora, y de Pinochet, cuya dictadura determinó el exilio de los Allende a Venezuela. Pero también es una mirada a sus raíces y su pasado, es un ejercicio de memoria tan feroz que a veces me preguntaba, mientras leía, si la anécdotas que se cuentan no serían solo producto de la imaginación de la escritora, pues cuesta creer en una memoria tan poderosa capaz de poner en pie una historia plagada de personajes y sentimientos.
En Paula, y con seguridad también en "La casa de los espíritus", se percibe la espiritualidad de la escritora. Isabel Allende es capaz de comunicarse con sus antepasados, de percibir su presencia, de sentir su compañía. Es una persona unida a la vida no sólo terrenal - tiene una potente forma de integrarse con la naturaleza - sino también a la vida del más allá. Allende convive con naturalidad con sus muertos, y así su tribu, como ella llama a su familia, no conoce límites ni geográficos ni temporales.
A lo largo de la novela, mientras se mezclan historias del pasado con el paso inexorable hacia la muerte de su hija, Allende pasa por todos los estados de ánimo posibles: la rabia y la esperanza, la determinación para seguir luchando, la desesperación o la final aceptación, con una paz sobrecogedora, de la muerte inevitable de su hija. Después de meses de hospital y cuidados intensivos, Allende acaba por recibir el paso a la otra vida con los brazos abiertos y con una tranquilidad de espíritu admirable y envidiable.
Por último, Allende también nos hace cómplices de su vida profesional, que desemboca, de forma imprevista y no premeditada, en la literatura, actividad de la que se sirve para alcanzar su propia paz interior y en la que se mueve con absoluta desenvoltura, convirtiéndose en una magnífica narradora y contadora de historias. En general me gusta leer sobre la vocación de los escritores y me llaman la atención casos como el de la chilena donde el oficio apareció tardíamente y desde lo más íntimo, sin ningún otro afán que el de vaciar sus entrañas y reconciliarse consigo misma. Isabel comenzó escribiendo Paula como fin para comunicarse con su hija, para ser su memoria durante el estado de inconsciencia, pero termina siendo una preciosa carta de despedida.