Hace poco analizaba mi manera de seleccionar los libros que luego voy a leer. Seguro que cada lector tiene sus propios métodos y probablemente sea algo tan personal como elegir unos zapatos. Puede que incluso ambas actividades deparen sorpresas equiparables: zapatos bonitos en apariencia que sin embargo resultan incómodos y dolorosos (esos que terminan guardados en la caja, casi nuevos, como el libro que no terminamos de leer), zapatos que compramos con un sentido únicamente práctico pero que acaban convirtiéndose en imprescindibles, cual libros de cabecera, zapatos de tacón para contadas ocasiones que nos hacen sentir especiales, etéreos como un libro de poesía.
Escoger un libro es el primer placer que nos proporciona la lectura. Cada vez disfruto más visitando librerías, ojeando tomos por temática o autor, descubriendo títulos, leyendo los resúmenes de las contraportadas o las primeras frases de una novela. Es divertido aventurarse y comprar un libro por inercia. ¿Acaso nunca te has comprado un par de zapatos que te sedujeron desde un primer momento en el escaparate? Probablemente el color, la textura de la piel, la arquitectura del tacón y el puente del pie te cautivaron sin habértelos llegado a probar. Algo similar me pasa a veces con los libros y para gran suerte, el sexto sentido no me suele fallar.
Los amigos y la familia también juegan un papel importante en el proceso de decidirnos por un libro. En estos casos, es fundamental conocer sus gustos. No debemos olvidar que no son críticos profesionales, por lo que su juicio estará generalmente basado en aspectos meramente subjetivos. Puedes acompañar a un amigo a ver “Lars y una chica de verdad” porque es la excusa para juntaros una tarde y compartir luego un café, pero el libro lo leerás en soledad y, por norma general, sin palomitas. O, siguiendo con la metáfora de los zapatos, puedes caminar al lado de un amigo con un par que él te ha regalado, pero serás tú quien sufra la presión en el juanete.
Tampoco hay que desdeñar la opinión de profesionales que escriben en diarios, suplementos dominicales o revisas especializadas. Una especie de Fotogramas de las letras, con la diferencia de que, con un poco de suerte, al crítico literario se le entiende. Ellos publican los rankings con las mejores novelas del año y son capaces de distinguir unos Manolos de unos vulgares zapatos de poli piel, incluso cuando la imitación está lograda.
Son innegables las similitudes entre el calzado y las novelas: a Carrie Brashaw, la famosa columnista de Sexo en Nueva York, le pidieron matrimonio con un par de Manolos; por su parte, el príncipe Felipe recibió como regalo de compromiso una joya literaria. Y a mí, definitivamente, con los libros me pasa como con los zapatos: me gustan de marcas buenas y que resistan el paso del tiempo.
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