Año de producción: 2011
Nacionalidad: Francesa
Director: Michel Hazanavicious
A unas horas de la ceremonia de los Oscar, escribo una entrada sobre la que desde ayer es mi película favorita para esta edición. No sé mucho de libros, y menos aún de cine, pero sí sé qué ocurre cuando una historia me impresiona y The Artist ayer me impresionó.
Pese a las reticencias iniciales por ir a ver una película muda (creo que puedo contar con los dedos de una mano el número de películas sin voz que he visto a lo largo de mi vida) y en blanco y negro, ayer finalmente me armé de valor - y palomitas - y me dejé atrapar por una historia que habla de la vanidad, del orgullo y de cómo estos a veces nos impiden levantarnos cuando hemos fracasado.
Pero no es el argumento de fondo lo que me maravilló, sino la forma de contarlo. The Artist es una historia sencilla y tierna. Carecer de un guión hablado impide poder narrar tramas más complejas que podrían no entenderse debidamente por parte del espectador. Por eso, la película habla de sentimientos sin dobleces y consigue conectar directamente con las emociones más consustanciales del ser humano. Anoche, mientras veía actuar a una adorable Bérénice Bejo, advertí que las palabras no son ni mucho menos fundamentales para la comunicación del hombre. El lenguaje gestual puede ser en ocasiones más poderoso que el hablado. Las miradas llenas de ternura y afecto que Jean Dujardin regalaba a su compañera de reparto lo decían absolutamente todo. The Artist deja patente el poder de una sonrisa, de una lágrima que tiembla al borde del ojo, de una mirada perdida. Poner voz en determinadas escenas habría destruido la magia de algunos momentos.
Hay en la cinta un protagonista obligadamente mudo: un adorable y fiel perro que acompaña a su amo a lo largo de toda la proyección. El es la expresión más palpable de que las palabras no son imprescindibles para expresar ciertos sentimientos.
The Artist nos recuerda que el hombre siempre se ha comunicado, incluso cuando vivía en las cavernas y se abrigaba con pieles de animales muertos a la luz de las hogueras y sólo era capaz de emitir sonidos guturales. La palabra le sirvió para ahondar en sus sentimientos, mejorar su forma de expresión y vivir experiencias más complejas. ¿Sería la vida más sencilla si no supiésemos hablar? Probablemente sí. Y resulta cuanto menos curioso reflexionar sobre esa forma de comunicarse (sin palabras) cuando a día de hoy hemos alcanzado el otro extremo: tenemos la posibilidad de chatear con gente cuyos rostros no hemos visto jamás, cuyas voces no hemos oído o cuyos abrazos no hemos sentido.
En este blog, que pretende hablar de libros, puede resultar paradójico hacer referencia a una película donde la imagen y la música son los únicos factores necesarios para narrar una historia. Pero creo que los escritores son conscientes de que no todo es la palabra e intentan, a través de esta, mostrar el lenguaje gestual de sus protagonistas, transmitir el brillo de una mirada, la complicidad de un guiño de ojos o la exasperación de una vena hinchada en la frente. Aunque por ahora no han logrado que los libros tengan banda sonora... todo se andará.
No puedo acabar sin hacer referencia a la escena en el camerino del artista, para mí, absolutamente extraordinaria, llena de fuerza y elocuencia, o a la fascinante ambientación de los maravillosos y holliwoodienses años 20 cuya estética adoro.
Ahora sí, para mí, sin lugar a dudas, The Oscar goes to The Artist.
Un blog sobre literatura desde el punto de vista de una lectora aficionada.
domingo, 26 de febrero de 2012
lunes, 13 de febrero de 2012
Ladrones de nuestro tiempo
No hay desacuerdo: el tiempo es un bien escaso y es, además, el único irrecuperable. Hay otros, como la salud - si bien no estrictamente un bien escaso, desde luego primordial - que aunque mellada por enfermedades de mayor o menor gravedad, siempre cabe que regrese. El agua dulce es otro ejemplo: incluso tras periodos de sequía, volverá a caer y rellenar nuestros pantanos. Y en cuanto al petróleo, se hallarán nuevos yacimientos que incrementarán las reservas actuales y desde luego yo confío en que encontremos recursos, fuentes de energía alternativas, que lo sustituirán.
Pero el tiempo, amigo mío, es harina de otro costal. No eras consciente cuando recibiste aquella palmadita y por vez primera tus pulmones se contrajeron en un acto reflejo, pero en ese preciso instante comenzó la cuenta atrás. Vives a contrarreloj. Cuando suena el despertador ya llegas tarde y el día se convierte en una lucha en la que la hora de entrada al trabajo, el inicio de la clase de Pilates, el cierre de la guardería y el comienzo de la serie de TV son tus más férreos enemigos. Admítelo, vives con prisa, vas con la lengua fuera.
Queremos estirar los días, pero el tiempo es rígido, inflexible. No da tregua y además tiene buenos aliados. Son los ladrones del tiempo. Tienen nombre y apellidos, diferentes para ti y para mí, pero algunos, los más crueles y atroces, son comunes. Tú y yo compartimos su sadismo. Llámalo Ipad, Iphone, Google, Apple Store o simplemente, Internet. Tenemos acceso directo en cada momento del día, lo llevamos en el bolsillo, lo consultamos en el autobús, incluso en el metro ya tenemos cobertura, respondemos mensajes mientras vemos la tele, jugamos en línea cuando estamos leyendo y leemos emails en mitad de una comida con amigos. El dedo se mueve audaz sobre la pantalla táctil y los ojos sobrevuelan las letras sin llegar a concentrarse. Mientras, el segundero del reloj marca inflexible el paso del tiempo. Perdemos la carrera. Saltamos de un tema a otro- los links facilitan la tarea- sin llegar a profundizar en ninguno. Mientras, la novela que teníamos entre manos nos mira abandonada desde su destierro, el marca páginas parado desde hace días, la esperanza ya perdida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)